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Deborah Garcia Bello

¿Cómo funciona tu crema solar?

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¿Son mejores unos filtros solares que otros? Para responder a esta pregunta es necesario conocer de qué radiación solar debemos protegernos, por qué, y cómo funcionan los filtros solares.

La radiación solar que llega a la Tierra es: la de mayor energía es la radiación ultravioleta (UV), a continuación está la radiación visible (la única que podemos observar como color) y la de menor energía es la radiación infrarroja (IR), que es la responsable del calor. La energía que llega al nivel del mar es aproximadamente un 49% radiación infrarroja, un 42% luz visible y un 9% radiación ultravioleta.

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La radiación ultravioleta emitida por el sol se puede dividir en UV-A, UV-B y UV-C, de menor a mayor energía pero, como la atmósfera terrestre absorbe gran parte de esta radiación, el 99% de los rayos ultravioletas que llegan a la superficie de la Tierra son del tipo UV-A y el 1% son UV-B. Este hecho nos libra de la radiación ultravioleta más peligrosa para la salud, la UV-C. La radiación UV-C no llega a la tierra porque es 100% absorbida por el oxígeno y el ozono de la atmósfera, por lo tanto no produce daño. La radiación UV-B es parcialmente absorbida por el ozono y un 5% llega a la superficie de la tierra, produciendo daño en la piel, cosa que se ha visto agravada por el llamado agujero de la capa de ozono.

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Dependiendo de la energía de la radiación solar, ésta puede interactuar con la materia de diferente manera, produciendo diferentes efectos sobre las moléculas y átomos que forman nuestra piel:

La radiación solar más energética, la ultravioleta, es capaz de ionizar átomos (de arrancarles electrones), de excitar electrones (de que los electrones pasen a niveles energéticos superiores a su estado fundamental) y de romper moléculas en unidades más pequeñas formando los temidos radicales libres. La radiación infrarroja o la energía térmica reemitida por la Tierra es de baja energía, y sólo es capaz de hacer vibrar y rotar las moléculas, con lo que sólo contribuye a aumentar la temperatura.

Los rayos UV-A penetran hasta la dermis y son responsables del bronceado ya que provocan la fotooxidación de los precursores de la melanina. Son capaces de deteriorar la elastina y el colágeno de la piel, proteínas responsables de la textura, elasticidad y firmeza de la piel, acelerando el proceso de envejecimiento cutáneo. La radiación UV-A actúa oxidando la melanina, que es el pigmento que da color a la piel y provoca lo que se denomina un bronceado directo, que se caracteriza por desaparecer rápidamente.

Los rayos UV-B, más energéticos, penetran poco en la piel, pero son los que provocan las quemaduras, el eritema, el enrojecimiento y aumentan el riesgo de cáncer, por lo que son los más peligrosos. Las radiaciones UV-B operan sobre las células productoras de melanina. Estas radiaciones desencadenan el proceso de bronceado en el que se forma la melanina a partir del aminoácido tirosina en el interior de los melanosomas.

Tanto los UV-A como los UV-B son suficientemente energéticos como para romper los enlaces de las moléculas y generar fragmentos muy reactivos llamados radicales libres. Estos radicales son tan reactivos que consiguen alterar las moléculas de ADN. Esto se traduce en que la radiación UV es mutagénica, modifica el ADN, y por tanto es potencialmente cancerígena.

Otros problemas cutáneos como la rosácea, algunos tipos de dermatitis y el acné, se agravan a causa de la exposición a la radiación ultravioleta. Por este motivo es importantísimo protegerse de la radiación ultravioleta, tanto la UV-A como la UV-B.

Determinadas vitaminas, como la vitamina C (ácido ascórbico), la vitamina A (retinol), los betacarotenos (antioxidante precursor de la vitamina A), la vitamina E (gamma tocoferol) que son potentes antioxidantes, son capaces de neutralizar a los radicales libres formados por la radiación ultravioleta, y por ello suelen añadirse a las cremas solares como acetatos o palmitatos. También los incorporamos al organismo a través de la dieta.

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Los protectores solares o fotoprotectores son todos aquellos productos (cremas, leches, aceites, geles), que se aplican sobre la piel con el fin de protegerla de los efectos perjudiciales de las radiaciones UV-A y UV-B. Para ello contienen unas sustancias denominadas filtros que son capaces de frenar la acción de estos rayos solares.

Existen dos tipos de filtros en el mercado: los filtros minerales o también llamados filtros físicos, y los filtros orgánicos o también llamados filtros químicos.

La tendencia más reciente es que el consumidor medio solicita productos de protección solar que no contengan filtros químicos, normalmente por considerar más seguros los filtros físicos. ¿Sabe el consumidor medio en qué se diferencia un filtro de otro? ¿Son más seguros unos filtros que otros?

Los filtros minerales o físicos más habituales son los óxidos de titanio y de zinc. Estos compuestos son fluorescentes.

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La fluorescencia es un fenómeno por el cual la radiación ultravioleta es absorbida y reemitida como radiación de menor energía, en este caso la radiación reemitida cae dentro del visible, por lo que estos filtros transforman una radiación peligrosa en una radiación inocua. Éste es el motivo por el que estos compuestos son de un intenso color blanco, y por ello son los responsables de que algunas cremas solares de baja gama dejen un antiestético rastro blanco en la piel. Otros filtros físicos de uso habitual son la mica, el caolín y el talco, que simplemente reflejan toda la radiación. También son de un color blanco poco cosmético.

Estos filtros son de amplio espectro: no sólo retienen las radiaciones solares de la zona del ultravioleta, sino también las del visible e incluso las del infrarrojo. Por este motivo se les denomina pantalla, y se utilizan para evitar tanto el eritema como el bronceado. Una innovación en su desarrollo en las cremas solares de mayor calidad reside en el empleo de pigmentos micronizados, es decir, con un tamaño de partícula entre 10 y 50 nm, formulados en una base adecuada, que los hace invisibles, así que no dejan rastro blanco en la piel. Aparecen en la lista de ingredientes del producto seguidos de la palabra nano.

Como estos filtros no son capaces de penetrar en la piel, sino que se quedan en la superficie, son los que suelen contener las cremas solares específicas para pieles sensibles, sensibilizadas por dermatitis, eritemas y alergias.

Los filtros orgánicos o químicos, son moléculas orgánicas basadas en el carbono que conforman grupos cromóforos.

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Los cromóforos son una región de la molécula en la que la diferencia de energía entre dos orbitales moleculares diferentes cae dentro del rango del espectro visible. La luz visible que incide en el cromóforo puede ser absorbida promocionando un electrón desde su estado fundamental a un estado excitado. Los empleados como filtros solares son cromóforos basados en el sistema de enlace pi-conjugado, es decir, que son compuestos con dobles enlaces alternos en los que los electrones pueden saltar entre los diferentes orbitales tipo pi, por eso son habituales los filtros químicos basados en derivados aromáticos.

Los filtros orgánicos actúan por absorción de la radiación solar ultravioleta. Captan la energía incidente y la reemiten nuevamente como radiación térmica, inocua para la piel. En función de la radiación absorbida se distingue entre los filtros UV-B, UV-A y de amplio espectro. Todos ellos requieren del orden de 30 min para ejercer esta acción, por lo que deben aplicarse con la debida antelación antes de la exposición solar. No suelen presentar problemas de formulación, por lo que son los más utilizados.

Algunos de ellos pueden degradarse por acción de la luz y terminar absorbiéndose por la piel, por lo que existe riesgo de intolerancia. Normalmente estos filtros van asociados a otras sustancias llamadas fotoestabilizadores que evitan que esto ocurra. El fotoestabilizador más común es el octocrileno e impide que el filtro químico se degrade y llegue a penetrar en la piel, evitando así posibles intolerancias.

También existen filtros químicos que son estables a la luz por sí mismos, no penetran en la piel y que, precisamente, se utilizan para formular productos destinados para pieles sensibles e incluso para niños. Así que es un mito eso de que los productos solares específicos para pieles sensibles sólo llevan filtros físicos, ya que también pueden y deben llevar filtros químicos.

Un ejemplo de estos filtros químicos son los que comercialmente se denominan Mexoryl: el Mexoryl SX (terephthalylidene dicamphor sulfonic acid) actúa como filtro UV-A y es fotoestable, y el Mexoryl XL (drometrizole trisiloxane) es un filtro de amplio espectro, es efectivo frente a radiación UV-A y UV-B, es fotoestable y no penetra en la piel. El Mexoryl además de ser un filtro químico apto para pieles sensibles, con intolerancias y alergias, es el filtro idóneo para las fórmulas específicas para niños.

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Mexoryl XL

La diferencia entre unos filtros y otros nos la dará la especificidad del producto: si es para niños, pieles sensibles, etc. y eso es lo único en lo que debemos fijarnos a la hora de escoger un producto u otro.

Todos los productos cosméticos del mercado son seguros, han probado su eficacia y han superado rigurosos controles de calidad, sólo hay que acertar con el que mejor se adapta a nuestro tipo de piel y a la circunstancia en la que vayamos a usarlo. Ante la duda, lo mejor es dejarse aconsejar por un experto, en este caso por nuestro farmacéutico o nuestro dermatólogo.

La elección de un solar se hará en función de la edad, del sexo, del tipo de piel, si es más o menos, clara, seca, mixta o grasa, la cantidad de lunares, y otras condiciones específicas como problemas cutáneos, si se está consumiendo medicamentos, si se está embarazada, y también dependiendo del uso que se vaya a hacer de la protección: si vamos a hacer deporte, si vamos a la playa, si es para uso corriente, etc. Todas estas variables son las que cualquier experto valorará antes de recomendarte un producto  u otro.

El grado de protección frente a la radiación solar viene determinado por el SPF (factor de protección solar) y siempre figura en el envase del producto. El SPF indica el número de veces que el fotoprotector aumenta la capacidad de defensa natural de la piel frente al eritema o enrojecimiento. Por ejemplo, un SPF de 30 implica que el tiempo que tardaría tu piel en sufrir una lesión sin protección se multiplicaría por 30, prolongando el tiempo de exposición sin daños 30 veces. En función de su factor de protección SPF los protectores solares se clasifican en: bajo (de 2 a 6), medio (de 8 a 12), alto (de 15 a 25) y muy alto (de 30 a 50+).

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Sólo las nubes tipo cúmulos de gran desarrollo vertical atenúan la radiación peligrosa prácticamente a cero. El resto de las formaciones, tales como cirros, estratos y cúmulos de poco desarrollo vertical, no las atenúan, por lo que es importante la protección aun en días nublados. El vidrio de una ventana puede llegar a frenar el 96,5% de las radiaciones UV-B y sólo el 15% de las UV-A. Un proceso similar ocurre con la luna de los coches, donde el 90,2% de los UV-B son parados frente al 30% de los UV-A.

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Así que eso de que sólo hay que protegerse del sol los días soleados o cuando vamos a la playa es falso: hay que protegerse del sol a diario. En la actualidad contamos con productos adecuados para cualquier circunstancia: desde hidratantes de uso diario con protección solar, maquillajes con protección, y cremas solares específicas: resistentes al agua, al sudor, que no dejan rastro sobre la piel, matificantes, con tratamientos específicos para la rosácea, etc.

El resumen es simple: todos los filtros solares, ya sean físicos o químicos, son totalmente seguros y eficaces. Lo inteligente es dejarse asesorar por un experto para comprar el producto que mejor se adapte a nuestra piel y a nuestras circunstancias.

lustración de portada realizada por Tamara Feijoo Cid.

Este artículo participa en el XLVII Carnaval de Química, edición de Plata, alojado en ::ZTFNews.org

Fuentes:

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